El diseño del pañuelo de hacer fardos, de cuadros marrones y negros, prácticamente invariable a través del tiempo, se ha convertido en este último siglo en el símbolo más vivo y entrañable de la vida popular catalana. Así, cuando la actividad comercial se fomentaba en los mercados, cuando la población se tenía que desplazar entre los núcleos habitados y el campo, cuando las figuras de marchantes y recaderos eran familiares en pueblos y ciudades..., el pañuelo de hacer fardos fue adoptado como la forma más práctica de envolver y transportar todo tipo de trapos y pequeña paquetería. Su sistema de doble atado de las puntas facilitaba que el bulto pudiese ser cargado directamente sobre una espalda, sobre un bastón o simplemente a la mano. Los colores sufridos y la alta resistencia del algodón lo hacían adaptable a todas las necesidades y extraordinariamente duradero.
Hoy, cuando los sistemas de vida y las relaciones comerciales han cambiado tan drásticamente, la recuperación de este tipo de tejido en todo tipo de prendas de uso moderno consigue casar la funcionalidad con el regusto de las buenas tradiciones.
Productos fabricados por los internos de los centros penitenciarios de Cataluña.
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